lunes, 25 de enero de 2010

Twilight Mirror

—Mire usted esas nubes del ocaso: cómo van y vienen. Hace horas que es el ocaso, ¿no es cierto? Siempre me ha gustado el ocaso, ¿sabe? Suelo tomar siestas por la tarde, pero siempre despierto a tiempo para ver el ocaso. Pareciera que en ése momento la noche y el día estuvieran en perfecta comunión, ¡pero duran tan poco!
Silencio.
—Hace poco que desperté de una siesta de las mejores que he tenido... disculpe que me atreva a contarle, no pretendo aburrirle, pero es que fue tan reparadora… empezó un poco mal, si: después de un día ajetreado me recosté pesadamente sobre mi lecho con el fin de dormitar o con un poco de suerte dormir profundamente, pero no había pasado ni un minuto cuando reparé en un objeto que se clavaba en mi costado y que me impedía conciliar el sueño. Así que tuve que levantarme, muy a mi pesar, con el fin de retirar aquello, fuera lo que fuera, a fin de dormir plácidamente; pero para mi sorpresa nada había ahí, excepto mi cama, lisa y suave.
Silencio.
—Sin embargo seguía ahí, el “malestar” quiero decir, en mi costado, clavado entre mis costillas y ni al cambiar de posición cesaba, antes lo sentía pesado, aplastante, y aunque tratase de ignorarlo no lo conseguía, pues hacia ruido, un constante y monótono ruido, como el de un molesto mosquito en una noche de verano.
Silencio.
—Tuve que actuar. Me levanté nuevamente, y, sentado en mi cama, con una certeza bárbara de lo que me molestaba, introduje mi mano en mi pecho a fin de sacar, sanguinolento y groseramente palpitante, un corazón tibio. Lo puse en mi mesa de noche procurando no manchar los libros que ahí había, y me dispuse a dormir. Ya recostado comprobé con placer que había acertado en el estorbo de mi buen dormir. Y ahora heme aquí, en éste ocaso perpetuo.
Sonrisa.