miércoles, 28 de septiembre de 2011

Colores

Entre mis anhelos estaba el tomarte de la mano y llevarte a pasear por mi mundo. Quería que vieras qué bello pintaba tu existencia los atardeceres cobrizos del otoño, los montes azules el verano… deseaba besarte bajo los crepúsculos purpúreos, arroparme entre tus brazos cuando nos asaltara la brisa nocturna. Deambular por las calles de piedra cubriéndonos del helado polen de la noche estrellada. Salir, para variar, de entre las mantas, levantarnos de las sillas mullidas, de tu lecho tibio. Pero no quise molestarte con mis peticiones. Sé que tu ocupaciones no te lo permitían, por mucho que nos amáramos. Porque nos amábamos, ¿no es cierto?

lunes, 27 de junio de 2011

De la lluvia y un recuerdo

Sabés muy bien que es para vos...

¡AY, SÍ! Lo recuerdo muy bien. Aquel año las lluvias tardaron en llegar, mientras que había ocasiones en que llegaban desde finales de abril, esta vez pasó abril, el calor del infierno de mayo, luego junio y de lluvia nada. ¡Imagínate el bochorno de tener que ir al banco a la una de la tarde! El insoportable menester de dormir, pegados a un colchón que multiplicaría nuestro calor y nos asfixiaría entre sueños, el único placer consistía en tomar un baño.
Pero un día, a eso de las cinco de la mañana, entre dormida y despierta, escuché que ¡llovía! Abrí las costinas para que entrara el viento y hacer del tiempo que quedaba para dormir un momento delicioso. Entre este frío suculento me dio por atraparte en un abrazo, en muchos abrazos, o quizá en uno solo pero muy largo. Y en el acto me pareció que era una buena oportunidad para enseñarte a besar a la manera de mi tierra. Ya sabes, ya te lo había dicho, tu forma de besar es rara, y a la vez mi forma de besar te parece rara, “enséñame, pues, a besar como tu besas, que luego yo te mostraré…” y qué pronto aprendimos. No pasó mucho tiempo antes de que domináramos la lección, ¡alumnos y maestros! Y bueno, qué te puedo decir, si tú sabes muy bien como es esto de abrazar y besar, después de un rato de besarse mutuamente, las bocas buscan otros horizontes, otras territorios que explorar, “¡vaya, qué exploradoras!” Naturalmente me invadiste. Me abrazabas estando sobre mí, con una vehemente boca que exploraba todo a su alcance. ¿Creíste que sólo tú ibas a explorar? ¡Jamás! Tuvimos que invertir papeles… ¡Y qué decir de las manos! Las tuyas, las mías. Que pareciera que cobran vida propia en tales circunstancias…
Sí, bien lo recuerdo. “¡Bendita imaginación, bendito clima!” así es, querido. Justo antes de que sonara el despertador, haciendo oficial el término del tiempo de dormir, no sabes cuánto lamenté que estuvieras lejos, “¿qué se le va a hacer?” imaginar, imaginar y contarnos las imaginaciones. Así que dime tú, ¿tienes algo que compartir con la clase?

miércoles, 23 de marzo de 2011

El Sauce

Para Gonzalo Cárdenas.

Había una vez una Niña que no podía llorar. Con curiosidad veía como lo demás niños y niñas, e incluso las personas mayores, lloraban a menudo por distintas causas, pero esta Niña no conseguía llorar por ningún motivo. En su lugar fruncía el ceño y su rostro se ensombrecía, sin que ninguna lágrima asomara de aquellos ojos cafés. Pero un buen día, recordando todas estas cosas, la Niña se hizo el firme propósito de llorar. Así que acudió a su madre:
–Madre, ¿Cómo es que siempre lloras cuando Padre viene a casa muy de noche y vosotros reñís? ¿Cómo lo haces? ¿Cómo consigues que tus ojos enrojecidos… – Madre interrumpió a la Niña dando de gritos y enviándola lejos de ahí.
La Niña, aunque desconcertada, no desistió de su empresa, así que acudió a su Abuelita:
–Abuelita, cuando Abuelito murió de tus ojos salieron gotas que resbalaban por tu rostro ¡llorabas! ¿Cómo lograste que pasara? – quiso saber la Niña. Pero ante tales palabras Abuelita enmudeció, pues gruesas gotas resbalaban por su rostro como el día en que Abuelito murió, y la Niña más intrigada quedó; se alejó, lamentando haber puesto triste a Abuelita y lamentando aun más no haber obtenido respuesta.
Alrededor del medio día optó por ir al parque en el que solía jugar con sus amigos, y ahí encontró a su Mejor Amiga:
– ¿Cómo hiciste para llorar aquella vez que caíste del columpio y tus rodillas sangraban? – preguntó la Niña. Su Amiga la miró fijamente frunciendo el ceño y empujó a la Niña tan fuerte que la hizo caer de espaldas en una charca, y se alejó sin decir una palabra.
La Niña estaba apunto de rendirse cuando escuchó una vocecita a su lado:
–Si quieres saber cómo llorar, quizá deberías preguntarle al Sauce Llorón. Él llora todo el tiempo. –dijo un Sapo Azul que se encontraba a orillas de la charca en que la Niña aun estaba metida.
– ¿Qué es un Sauce Llorón? –Preguntó la Niña, que nunca había escuchado tal cosa– ¿Por qué llora todo el tiempo?
–El Sauce Llorón es un árbol. – Respondió el Sapo Azul– Y yo no se por qué llora todo el tiempo. Pero si vas a verle quizá podrías preguntárselo tú misma. ¿Ves ese Lago? El Sauce Llorón vive en la orilla opuesta.
La Niña se levantó, trató de arreglarse el vestido, mojado y manchado de fango, dio las gracias al Sapo Azul y caminó con paso decidido rumbo a la orilla opuesta del Lago, en busca del Sauce Llorón.
El atardecer teñía de dorado la superficie del Lago cuando la Niña llegó a la orilla opuesta, donde la Niña muchos árboles encontró, pero uno de ellos llamo su atención al verle mecer las ramas caídas lúgubremente y al acercarse, la Niña pudo escuchar que sollozaba quedamente. Su primer impulso fue preguntarle la causa de su perpetuo llanto, pero al verlo tan inconsolable lo pensó dos veces y en su lugar dijo:
– ¿Es usted un Sauce Llorón? –
–Así es. – dijo el Sauce Llorón sorbiéndose la nariz. – ¿Qué deseas?
–He venido porque quiero llorar, ¿puede usted ayudarme? –
Al sauce parecieron hacerle gracia las palabras de la Niña, pues emitió una risita que pronto fue ahogada por incontenibles sollozos.
– El llanto no es menester en el que alguien nos pueda ayudar. Viene a nosotros cuando hay necesidad. – dijo el Sauce Llorón sin dejar de llorar.
– ¿Necesidad? – preguntó la Niña sin comprender.
–Sí, de aliviar el dolor en el alma, en el cuerpo, y sobre todo para aliviar nuestras penas. – dijo el Sauce llorando aun más.
–Entonces, si tuviera penas ¿podría llorar? – preguntó la Niña inquisitiva. Y sus palabras arrebataron al lloroso Sauce otra leve risita.
–Quizás. – dijo el Sauce por toda respuesta.
–Usted llora todo el tiempo ¿no es cierto?, seguro tiene muchas penas, ¿podría darme al menos una? –rogó la niña. Y el Sauce Llorón, no sin antes reír levemente, dijo:
–Tengo una pena en cada una de las hojas de mis ramas. Esta mañana pude sentir cómo brotaba una nueva en lo más alto de mi copa. Quizás si la comes consigas lo que deseas, pero sugiero que la tomes ahora que sigue tierna… – se interrumpió el Sauce Llorón por uno de sus gemidos – sube por mis ramas y podrás encontrarla.
Y la Niña trepó, poco a poco, entre las ramas del Sauce Llorón, que se hacían cada vez más delgadas en la altura, pero al fin llegó y vio un hojita que destacaba entre todas las demás por su color verde tierno, húmedo y sin tardanza la tomó y la comió. Pero cuando quiso bajar, la Niña no tuvo mucho cuidado al pisar en una rama y uno de sus zapatitos de charol resbaló y la Niña comenzó a caer. El Sauce Llorón trató de evitarle un doloroso aterrizaje, sujetando su vestido con algunas de sus ramas, pero en vano fue, pues la Niña calló al Lago y comenzó a hundirse en sus aguas grises, a causa de la noche que llegaba. Ya en lo profundo del lago, la Niña sintió un cosquilleo en su nariz, en sus oídos y en su garganta hasta que algo en su pecho dio un suave estallido. Luego la Niña se vio a si misma convertida en semilla, saliendo a la superficie del Lago desde la cual pudo ver al Sauce Llorón:
– ¡Mire, señor Sauce! Al parecer ha dado resultado comer la hoja mas tierna de su copa. – Decía felizmente la Niña-Semilla, a lo que el Sauce respondió llorando, llorando.
Cuando la Noche ya era espesa, las Estrellas pudieron ver cómo una Semillita de sauce se acurrucaba en el fango suave, húmedo y obscuro de la orilla del Lago, donde nació y creció. Actualmente se pueden ver, en la orilla opuesta del Lago, dos sauces que lloran todo el tiempo.

FIN.

Dionisos apolíneo

Lunes 29 de marzo de 2010

Para M.

¡Oh, gran Dionisos apolíneo!
Desde el oráculo trémula te invoco,
Menguando de hambre, enloqueciendo de sed
¡Aliméntame, Amo del árbol!
¡Embriágame, Señor de la vid!

En tu éxtasis, fúndeme,
En tu onirismo, háblame,
En tu locura, deifícame.

¡Oh, Ruidoso, atiéndeme!
Tiéndeme, amoroso cual eres
¡Atiéndeme, tiéndeme, oh, Delirante!

De mi vino, bebe
De mi fruta, come
De tu grito, hazme.

¡Oh, Celeste Dionisos!
Heme aquí
Muerta de hambre,
Loca de sed,
Trémula de anhelarte…

¡Ay, Dionisos, Dionisos!
¿A cuál de tus ménades
Poseerás ésta noche?
Si de mortal surgiste
¡A ésta mortal acude hoy!

¡Ay! Insoportable resplandor
Con que me ciegas,
Extraño Dionisos luminoso…

Carta de año nuevo

Para Alan Alamillo García.

18 de enero de…

Querido Emiliano,

Espero no sea tarde para desearte feliz Año Nuevo, para enviarte calurosos saludos y buenos deseos… Siempre he pensado que es bueno comenzar el año, el mes, la semana, con planes y entusiasmo, así que compré una agenda de elegante cubierta negra, a fin de no pasar por alto las cosas por hacer y entre fecha y fecha en la agenda, llegué al 12 de abril, cumpleaños de mi marido; al 8 de agosto, cumpleaños de Israel, mi hijo mayor y al fin, al 5 de octubre. Cumpleaños de Emiliano, me dije. No me explico cómo, después de tantos años, vino a asaltarme el recuerdo de cumpleaños, y con él, entre las tinieblas de mi memoria, el resplandor de tu rostro infantil se abrió pasó. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? En el patio de la escuela, a la hora del recreo. Ahora que lo pienso, tuve tanta suerte aquel día, a pesar de ser de grados distintos acudimos al feliz encuentro. A partir de entonces todo fue cuestión de jugar a las coincidencias, de caminar por el mismo pasillo y saludarnos con fingida sorpresa; de pasar por delante del salón del otro, y ya luego el buscarnos sin pretexto… Me sonrío al recordar aquella niña abordándote por la espalda, cubriéndote los ojos con las manos, adivina quién soy, te decía al oído, y tú la sujetabas de las muñecas y teniéndola muy cerca, descubrías la identidad de aquella niña, de aquella niña que era yo, y tus manos se entrelazaban con las mías, jugaban a pelearse, a hacerse daño, a no soltarse… ¿Recuerdas la rutina de cada día en la escuela? Hacer filas, aquí el primer grado, en seguida el segundo y así hasta el sexto. Una fila de niños, una de niñas, y entre las filas, los niños, ¡tantos niños! Descubría tu rostro sonriente, hasta que la voz estridente nos obligaba a avanzar al salón, a ya no vernos, a esperar hasta la hora del recreo para volvernos a encontrar… recreo, medía hora de ti, ¡sólo media hora! Y el campanazo nos volvía a separar hasta la hora de la salida, en la que quizá no alcanzaría a divisarte antes de que te marchases a casa… Y un día, esto lo recuerdo, un día, después de alejarme de la escuela resignada a no verte hasta el día siguiente, llegué a la calle donde esperaba el autobús y ¡oh, sorpresa! Ahí estabas con mochila, uniforme, y con todo tu esplendor, y desde ese día ya siempre ahí, en la parada, y más aun: tú, Emiliano, esperándome a la salida de la escuela, para ir a esperar un camión que tú no tomabas… ¿Recuerdas el anillo? Aquel anillo azul que no valía ni tres pesos. Está aquí, mi mano se aferra a él justo ahora… el día en que lo llevé a casa conmigo llovía mucho. Forcejeamos por ese anillo, ¿te acuerdas? Hasta que hiciste como que perdías, y yo hice como que ganaba y el anillo me acompañó hasta la casa, y en la sala de estar, el anillo, tesoro de mi tesorito, pasaba de una de mis manos a otra y yo que no podía dejar de sonreír al pensarte, y el sonar del teléfono me sobresaltó, y me dio un vuelco el corazón cuando oí tu voz del otro lado. Vacaciones. Placer de muchos desgracia para nosotros, Emiliano, sería mucho tiempo sin vernos… devuélveme mi anillo decías. Ven a mi casa, anda que debemos hablar. Anda ven que te tengo una sorpresa… pero ya ves, vacaciones. Ese mismo día salimos de casa con rumbo a casa de mis abuelos. Dos semanas después, bajo quién sabe qué pretexto, corrí a tu casa con el anillo azul en mano. Vacía. Tu casa estaba vacía, Emiliano. Poco supe del por qué de tu desaparición. Se mudaron, dijo algún vecino. No puede ser, pensaba yo. Nosotros íbamos a vernos, ibas a decirme algo, ¿qué cosa era, Emi? ¿Aun puedo llamarte Emi? ¡Ay, tantos recuerdos! Pero debo dejar de escribir, ya no puedo escribir mucho sin sentir alfileres clavándose en mis nudillos… Sólo he de anotar en la lista de pendientes buscar tu paradero, pues sino ¿a qué dirección he de enviar esta carta? Sara.