miércoles, 23 de marzo de 2011

El Sauce

Para Gonzalo Cárdenas.

Había una vez una Niña que no podía llorar. Con curiosidad veía como lo demás niños y niñas, e incluso las personas mayores, lloraban a menudo por distintas causas, pero esta Niña no conseguía llorar por ningún motivo. En su lugar fruncía el ceño y su rostro se ensombrecía, sin que ninguna lágrima asomara de aquellos ojos cafés. Pero un buen día, recordando todas estas cosas, la Niña se hizo el firme propósito de llorar. Así que acudió a su madre:
–Madre, ¿Cómo es que siempre lloras cuando Padre viene a casa muy de noche y vosotros reñís? ¿Cómo lo haces? ¿Cómo consigues que tus ojos enrojecidos… – Madre interrumpió a la Niña dando de gritos y enviándola lejos de ahí.
La Niña, aunque desconcertada, no desistió de su empresa, así que acudió a su Abuelita:
–Abuelita, cuando Abuelito murió de tus ojos salieron gotas que resbalaban por tu rostro ¡llorabas! ¿Cómo lograste que pasara? – quiso saber la Niña. Pero ante tales palabras Abuelita enmudeció, pues gruesas gotas resbalaban por su rostro como el día en que Abuelito murió, y la Niña más intrigada quedó; se alejó, lamentando haber puesto triste a Abuelita y lamentando aun más no haber obtenido respuesta.
Alrededor del medio día optó por ir al parque en el que solía jugar con sus amigos, y ahí encontró a su Mejor Amiga:
– ¿Cómo hiciste para llorar aquella vez que caíste del columpio y tus rodillas sangraban? – preguntó la Niña. Su Amiga la miró fijamente frunciendo el ceño y empujó a la Niña tan fuerte que la hizo caer de espaldas en una charca, y se alejó sin decir una palabra.
La Niña estaba apunto de rendirse cuando escuchó una vocecita a su lado:
–Si quieres saber cómo llorar, quizá deberías preguntarle al Sauce Llorón. Él llora todo el tiempo. –dijo un Sapo Azul que se encontraba a orillas de la charca en que la Niña aun estaba metida.
– ¿Qué es un Sauce Llorón? –Preguntó la Niña, que nunca había escuchado tal cosa– ¿Por qué llora todo el tiempo?
–El Sauce Llorón es un árbol. – Respondió el Sapo Azul– Y yo no se por qué llora todo el tiempo. Pero si vas a verle quizá podrías preguntárselo tú misma. ¿Ves ese Lago? El Sauce Llorón vive en la orilla opuesta.
La Niña se levantó, trató de arreglarse el vestido, mojado y manchado de fango, dio las gracias al Sapo Azul y caminó con paso decidido rumbo a la orilla opuesta del Lago, en busca del Sauce Llorón.
El atardecer teñía de dorado la superficie del Lago cuando la Niña llegó a la orilla opuesta, donde la Niña muchos árboles encontró, pero uno de ellos llamo su atención al verle mecer las ramas caídas lúgubremente y al acercarse, la Niña pudo escuchar que sollozaba quedamente. Su primer impulso fue preguntarle la causa de su perpetuo llanto, pero al verlo tan inconsolable lo pensó dos veces y en su lugar dijo:
– ¿Es usted un Sauce Llorón? –
–Así es. – dijo el Sauce Llorón sorbiéndose la nariz. – ¿Qué deseas?
–He venido porque quiero llorar, ¿puede usted ayudarme? –
Al sauce parecieron hacerle gracia las palabras de la Niña, pues emitió una risita que pronto fue ahogada por incontenibles sollozos.
– El llanto no es menester en el que alguien nos pueda ayudar. Viene a nosotros cuando hay necesidad. – dijo el Sauce Llorón sin dejar de llorar.
– ¿Necesidad? – preguntó la Niña sin comprender.
–Sí, de aliviar el dolor en el alma, en el cuerpo, y sobre todo para aliviar nuestras penas. – dijo el Sauce llorando aun más.
–Entonces, si tuviera penas ¿podría llorar? – preguntó la Niña inquisitiva. Y sus palabras arrebataron al lloroso Sauce otra leve risita.
–Quizás. – dijo el Sauce por toda respuesta.
–Usted llora todo el tiempo ¿no es cierto?, seguro tiene muchas penas, ¿podría darme al menos una? –rogó la niña. Y el Sauce Llorón, no sin antes reír levemente, dijo:
–Tengo una pena en cada una de las hojas de mis ramas. Esta mañana pude sentir cómo brotaba una nueva en lo más alto de mi copa. Quizás si la comes consigas lo que deseas, pero sugiero que la tomes ahora que sigue tierna… – se interrumpió el Sauce Llorón por uno de sus gemidos – sube por mis ramas y podrás encontrarla.
Y la Niña trepó, poco a poco, entre las ramas del Sauce Llorón, que se hacían cada vez más delgadas en la altura, pero al fin llegó y vio un hojita que destacaba entre todas las demás por su color verde tierno, húmedo y sin tardanza la tomó y la comió. Pero cuando quiso bajar, la Niña no tuvo mucho cuidado al pisar en una rama y uno de sus zapatitos de charol resbaló y la Niña comenzó a caer. El Sauce Llorón trató de evitarle un doloroso aterrizaje, sujetando su vestido con algunas de sus ramas, pero en vano fue, pues la Niña calló al Lago y comenzó a hundirse en sus aguas grises, a causa de la noche que llegaba. Ya en lo profundo del lago, la Niña sintió un cosquilleo en su nariz, en sus oídos y en su garganta hasta que algo en su pecho dio un suave estallido. Luego la Niña se vio a si misma convertida en semilla, saliendo a la superficie del Lago desde la cual pudo ver al Sauce Llorón:
– ¡Mire, señor Sauce! Al parecer ha dado resultado comer la hoja mas tierna de su copa. – Decía felizmente la Niña-Semilla, a lo que el Sauce respondió llorando, llorando.
Cuando la Noche ya era espesa, las Estrellas pudieron ver cómo una Semillita de sauce se acurrucaba en el fango suave, húmedo y obscuro de la orilla del Lago, donde nació y creció. Actualmente se pueden ver, en la orilla opuesta del Lago, dos sauces que lloran todo el tiempo.

FIN.

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