Para Alan Alamillo García.
18 de enero de…
Querido Emiliano,
Espero no sea tarde para desearte feliz Año Nuevo, para enviarte calurosos saludos y buenos deseos… Siempre he pensado que es bueno comenzar el año, el mes, la semana, con planes y entusiasmo, así que compré una agenda de elegante cubierta negra, a fin de no pasar por alto las cosas por hacer y entre fecha y fecha en la agenda, llegué al 12 de abril, cumpleaños de mi marido; al 8 de agosto, cumpleaños de Israel, mi hijo mayor y al fin, al 5 de octubre. Cumpleaños de Emiliano, me dije. No me explico cómo, después de tantos años, vino a asaltarme el recuerdo de cumpleaños, y con él, entre las tinieblas de mi memoria, el resplandor de tu rostro infantil se abrió pasó. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? En el patio de la escuela, a la hora del recreo. Ahora que lo pienso, tuve tanta suerte aquel día, a pesar de ser de grados distintos acudimos al feliz encuentro. A partir de entonces todo fue cuestión de jugar a las coincidencias, de caminar por el mismo pasillo y saludarnos con fingida sorpresa; de pasar por delante del salón del otro, y ya luego el buscarnos sin pretexto… Me sonrío al recordar aquella niña abordándote por la espalda, cubriéndote los ojos con las manos, adivina quién soy, te decía al oído, y tú la sujetabas de las muñecas y teniéndola muy cerca, descubrías la identidad de aquella niña, de aquella niña que era yo, y tus manos se entrelazaban con las mías, jugaban a pelearse, a hacerse daño, a no soltarse… ¿Recuerdas la rutina de cada día en la escuela? Hacer filas, aquí el primer grado, en seguida el segundo y así hasta el sexto. Una fila de niños, una de niñas, y entre las filas, los niños, ¡tantos niños! Descubría tu rostro sonriente, hasta que la voz estridente nos obligaba a avanzar al salón, a ya no vernos, a esperar hasta la hora del recreo para volvernos a encontrar… recreo, medía hora de ti, ¡sólo media hora! Y el campanazo nos volvía a separar hasta la hora de la salida, en la que quizá no alcanzaría a divisarte antes de que te marchases a casa… Y un día, esto lo recuerdo, un día, después de alejarme de la escuela resignada a no verte hasta el día siguiente, llegué a la calle donde esperaba el autobús y ¡oh, sorpresa! Ahí estabas con mochila, uniforme, y con todo tu esplendor, y desde ese día ya siempre ahí, en la parada, y más aun: tú, Emiliano, esperándome a la salida de la escuela, para ir a esperar un camión que tú no tomabas… ¿Recuerdas el anillo? Aquel anillo azul que no valía ni tres pesos. Está aquí, mi mano se aferra a él justo ahora… el día en que lo llevé a casa conmigo llovía mucho. Forcejeamos por ese anillo, ¿te acuerdas? Hasta que hiciste como que perdías, y yo hice como que ganaba y el anillo me acompañó hasta la casa, y en la sala de estar, el anillo, tesoro de mi tesorito, pasaba de una de mis manos a otra y yo que no podía dejar de sonreír al pensarte, y el sonar del teléfono me sobresaltó, y me dio un vuelco el corazón cuando oí tu voz del otro lado. Vacaciones. Placer de muchos desgracia para nosotros, Emiliano, sería mucho tiempo sin vernos… devuélveme mi anillo decías. Ven a mi casa, anda que debemos hablar. Anda ven que te tengo una sorpresa… pero ya ves, vacaciones. Ese mismo día salimos de casa con rumbo a casa de mis abuelos. Dos semanas después, bajo quién sabe qué pretexto, corrí a tu casa con el anillo azul en mano. Vacía. Tu casa estaba vacía, Emiliano. Poco supe del por qué de tu desaparición. Se mudaron, dijo algún vecino. No puede ser, pensaba yo. Nosotros íbamos a vernos, ibas a decirme algo, ¿qué cosa era, Emi? ¿Aun puedo llamarte Emi? ¡Ay, tantos recuerdos! Pero debo dejar de escribir, ya no puedo escribir mucho sin sentir alfileres clavándose en mis nudillos… Sólo he de anotar en la lista de pendientes buscar tu paradero, pues sino ¿a qué dirección he de enviar esta carta? Sara.
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