martes, 20 de marzo de 2012

Crónica de un viaje (memorable) a Puebla.

En marzo del año pasado (2010) los miembros del Club de Aficionados a la Astronomía viajamos a la ciudad de Puebla. Estuvimos en el INAOE, conociendo telescopios en uso y en desuso, siendo testigos de la elaboración de lentes para telescopios y escuchando conferencias de las cuales poco entendíamos, mitad porque eran el colmo de la especialización, mitad porque estábamos muertos de sueño tras haber dormido muy poco en un autobús en movimiento; y además esperamos la media noche, el cumpleaños de la compañera Mayra, para cantarle las mañanitas.

Dos días duró el viaje. Viernes 19 y sábado 20 de marzo. El viernes, además de haber estado en el INAOE y conocido Cholula, deambulamos por el centro de Puebla. “Muy europeo”, diría una vocecilla a mi lado, misma que habría de hablarme así de cerca durante los próximos meses. Terminamos a la entrada de un bar cuyo nombre, creo recordar, tenía algo que ver con un gato. Un cartel nos anunció que la cerveza de barril estaba a tarros por cincuenta pesos y, dado que había que festejar el cumpleaños de Mayra, entramos sin chistar. Antes de esa noche yo no comprendía por qué las personas bebían algo tan poco delicioso como la cerveza. Pero esa noche, entre amigos, la compañía de Mayra, el flotar en el aire de covers de The Beatles y una rodilla oprimiendo la mía bajo la mesa, esa noche bebí la mejor cerveza que he probado en mi vida.

Ya un poco alegres caminábamos por el centro histórico a eso de las doce de la noche “¿alguien recuerda por donde queda el hotel?” El hotel donde nos hospedamos, por cierto, era de cinco estrellas, lo cual significaba pulcritud en el lugar, almohadas esponjosas, jabones de muchos colores y una piscina que nunca vimos, pues dejamos el hotel a las siete de la mañana del sábado y partimos rumbo al Gran Telescopio Milimétrico, el cual está en la cumbre de un volcán inactivo, desde donde vimos al Pico de Orizaba como un igual. Hacía un frío del demonio.

A fin de llegar a aquella cumbre debíamos emplear otro tipo de vehículo, pues nuestro autobús no estaba hecho para caminos escarpados y empinados. Abordamos varias combis. El dueño de aquella vocecilla me miraba desde su asiento, frente al mío, y a través de las ventanillas el paisaje cambiaba de bosque a pastizal y luego a un terreno árido, incapaz de generar vida. Llegamos y nos encontramos de frente con lo que habíamos sido advertidos ya: el frío y el mal del alquimista. Además nos recibió una buena mujer, cuyo nombre no recuerdo, pero seguro es igualmente bueno. Ella nos contó de la construcción del telescopio, es decir, esa enorme antena parabólica que regía el lugar, y nos compartió que, al comenzar a funcionar, sería parte de una cadena de telescopios alrededor del mundo, los cuales tiene como finalidad enviar sus rayos milimétricos al mismo tiempo al centro del universo y dilucidar lo que ahí se encuentra.

Hoy en día el GTM ya no está abierto al público, el Club de Aficionados a la Astronomía expiró, aquella vocecilla es un recuerdo amargo, hice este recuento sólo por tarea, y cada día 19 de marzo digo (y diré): hoy hace un año, hoy hace dos años, hoy hace…

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